La noche del pasado 16 de abril, dos minutos antes de las siete, un movimiento sísmico de 7,8 grados en la escala de Richter estremeció el norte del Ecuador. Durante los días siguientes, se reveló el lamentable impacto de los daños: centenares de muertos, miles de heridos y damnificados, millones de dólares en pérdidas materiales. Una auténtica catástrofe. El gobierno ecuatoriano declaró el estado de emergencia en diversas provincias, se iniciaron las labores de rescate y el envío de ayuda (agua, alimentos, abrigo), entre muchas otras acciones. Este desastre natural debe convertirse en una llamada de atención que nos impulse a reflexionar sobre el riesgo que representan los sismos de gran intensidad y nos haga pensar en los mecanismos que permitan enfrentar estas amenazas.
Daños económicos de los terremotos más intensos en la última década
Territorio peligroso
Esa reflexión adquiere carácter de urgencia, ya que por su ubicación geográfica el Perú, al igual que Ecuador, está expuesto a fuertes sismos. Nos encontramos en el denominado “cinturón de fuego del Pacífico”, zona que abarca las costas de ese océano en las tres Américas, Asia y Oceanía. Allí cada año se producen dos tercios de los movimientos sísmicos más intensos del planeta, pues esa área es el escenario del contacto entre los bordes de varias placas tectónicas y alberga la mitad de los volcanes activos en el mundo. Para agravar aún más nuestra situación, el país está frente a la franja de contacto entre la placa tectónica de Nazca y la placa Sudamericana. Ellas, junto con otras trece placas mayores y decenas de placas menores, conforman la superficie de la Tierra. Como esos bloques se mueven unos pocos centímetros al año, la fricción entre sus bordes libera la energía que causa la mayor parte de los terremotos.
Amenazas en cadena
Al hablar de terremotos inmediatamente se piensa en destrucción y muerte. Y es que la fuerza de esos movimientos sísmicos es capaz de desmoronar en segundos casas, edificios y otras edificaciones. Esos derrumbes ocasionan la mayor parte de daños materiales, heridos y muertos. El refrán que dice “las desgracias nunca vienen solas” se aplica en este caso porque, además de los daños que provocan directamente, los sismos de gran intensidad suelen activar otras amenazas de alto poder destructivo. En las áreas costeras, los tsunamis son un peligro que se actualiza después de cada terremoto. Los desprendimientos de tierra en las zonas cercanas a cerros o cordilleras son una consecuencia que amenaza tanto a personas como al patrimonio. Un sismo intenso también incrementa el riesgo de incendio al causar desperfectos en el sistema eléctrico, así como averías o roturas en almacenes de combustibles, tuberías de gas, conexiones de agua y otras instalaciones.
Gestión de riesgos
Los terremotos son fenómenos naturales imposibles de pronosticar. Los científicos pueden detectar silencios sísmicos en determinadas zonas e indicar que se podría esperar un sismo intenso, pero aún no tienen la capacidad de predecir exactamente cuándo se materializará esa amenaza y qué intensidad tendrán.
Por eso, la manera más eficaz de afrontar ese peligro es la prevención. Eso quiere decir que antes de un terremoto deben tomarse medidas orientadas a reducir los daños que podría causar su ocurrencia y contar con instrumentos de respaldo financiero que permitan a una empresa recuperarse después de un evento de este tipo. Dicho en otras palabras, efectuar una adecuada gestión de riesgos.
Esa tarea supone, en primer lugar, identificar las amenazas que implica un terremoto para cada empresa con el objetivo de intentar minimizar su impacto. Un seguro resulta útil para esa labor. “La mayoría de clientes de RIMAC pasa por una inspección en la que se identifica el tipo de suelo en el que se ubica la empresa, el material de construcción, se comprueba si hay fisuras o fallas en la edificación y se evalúa otros factores para obtener una calificación global de riesgos de la naturaleza”, explica David Pérez, jefe de Ingeniería y Prevención de la compañía.
Otro de los procesos de la gestión de riesgos es diseñar un plan de contingencia que establezca cómo se deberá actuar en el momento del terremoto y los días posteriores. Realizar simulacros al menos dos veces al año, así como actualizar medidas de seguridad, son acciones que refuerzan ese propósito. Un terremoto puede significar la destrucción parcial o total de plantas, oficinas, equipos y maquinaria. También pérdida de materias primas, interrupción del funcionamiento de la empresa, posibilidad de demandas por daños a empleados o terceros. Es decir, un panorama complicado que podría poner en riesgo la continuidad de operaciones de la empresa.
Sin embargo, un seguro ofrece el respaldo económico necesario para que una empresa pueda volver a funcionar después de un desastre natural. “Contratar un seguro de propiedad es una alternativa que impide pérdidas totales, constituye una inversión decisiva para la supervivencia de cualquier empresa ante fenómenos como los terremotos”, subraya Pérez.
Los seguros incluso ayudan a que las empresas se recuperen con mayor rapidez luego de las catástrofes, pues contar con una indemnización puede acortar el periodo de paralización forzada de sus operaciones. “La SBS establece que, después de entregada toda la documentación, el pago debe hacerse en un máximo 30 días, pero en el caso de los eventos catastróficos es usual brindar adelantos indemnizatorios en la semana posterior al siniestro”, puntualiza el experto.